En el Perú, a la iglesia de San Pedro de Andahuaylillas se le ha llamado "la Capilla Sixtina de América", y en algún sentido la comparación es pertinente: esta iglesia es uno de los ejemplos más sorprendentes y hermosos del arte religioso popular andino.
Andahuaylillas
es un pequeño pueblo situado en la provincia de Quispicanchis, a no más de 45
kilómetros de la ciudad del Cusco. Al parecer, por los restos de construcciones
todavía no muy bien estudiadas, fue un asentamiento inca de cierta importancia.
Su fértil campiña, en las cercanías del Vilcanota, hizo que en los primeros
tiempos de la colonia, se instalaran allí vecinos de cierta importancia, de que
son testimonios las casonas que todavía se conservan, pero luego el pueblo se
estancó e incluso su nombre ("pradera cobriza", en quechua) tuvo que
aceptar un diminutivo castellano, pues tenía un homónimo más grande, la
Andahuaylas de Apurímac.
Ahora
Andahuaylillas es un acogedor poblado de más o menos 5.000 habitantes que
recibe al viajero en su inmensa y serena plaza de armas poblada de añosos
pisonayes. Su iglesia, desde fuera, no deja de ser hermosa, pese a su
sencillez: levantada sobre una plataforma a la que accede por gradas, tiene,
como muchos templos andinos, una capilla abierta en forma de balcón y un sólido
campanario de maciza planta cuadrada, además de tres desnudas cruces de piedra
que se yerguen en el atrio. Posiblemente fue construida sobre el emplazamiento
de un edificio prehispánico, una huaca, quizá, pues en su interior hay restos
de muros incas.
Esta
sobria imagen exterior se contrapone de manera radical con la que se presenta
apenas se abren las puertas del templo. Una explosión de oro y tallas y
pinturas "espanta", así diría quien hubiese entrado ahí en el siglo
XVII, utilizando el vocablo en su significación de entonces:
"maravillar", "asombrar hasta el límite", al visitante,
pues la decoración en pan de oro y los murales, no deja casi espacio libre.
La
iglesia de San Pedro de Andahuaylillas debe de haberse construido a finales del
siglo XVI, pues uno de sus murales, que firma Luis de Riaño, lleva la fecha de
1626. Estuvo bajo la advocación de San Pedro, aunque el altar principal lo
preside la Virgen del Rosario, y los jesuitas la tuvieron a su cargo. Consta de
una sola nave con capillas laterales y sus anchas paredes son de barro.
Si
el sobrio exterior puede calificarse de renacentista, el interior es una
muestra esplendorosa del barroco. Éste fue un arte que buscaba imponerse sobre
el espectador con la abrumadora presencia de lo ornamental. Hay que imaginarse
a las multitudes indígenas recién convertidas al cristianismo entrar a la
iglesia y experimentar visualmente el "poder" de la nueva fe
expresado en esa riqueza escultórica y pictórica que desde arriba y los
costados las asediaba.
El
techo está casi completamente recubierto por una decoración de estilo mudéjar y
motivos florales y frutales. Este riquísimo artesonado ha sido revestido con
pan de oro. Esta decoración fija se complementa con abundantes lienzos que se
integran al conjunto por medio de sus lujosos marcos también de pan de oro. La
mayoría son obras de Luis de Riaño, pintor limeño discípulo de Angelino Medero,
nacido en 1596 y posteriormente establecido en el Cusco, donde todavía vivía en
1667. De él se conserva una "Crucifixión", "El bautismo de
Cristo" y el "Arcángel San Miguel". El cuadro de la Virgen del
Rosario que se halla en la capilla del Santísimo ha sido atribuido a Diego
Quispe Tito. Existen también cuadros anónimos de la Escuela cusqueña de
pintura.
Una
de las notas curiosas de este templo se halla en su baptisterio. El arco que
conduce a él tiene la inscripción "Yo te bautizo en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo. Amén" en latín, español, quechua, aimara y
puquina, testimonio que esta última lengua también se hablaba en esa región.
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